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miércoles, 21 de agosto de 2013



Llega de nuevo Junio vestido de seda y fuego
que se esparce por entre las hogueras que queman
deseos y muebles...

Y regresa en el recuerdo una mujer bella,
a la que los ojos rasgados según la lluvia o el sol le brillaban
en verde o en azul,
con los labios carnosos que pintaba siempre
con el carmín más rojo que encontraba,
profunda la voz, elegantes los gestos, suave la piel
de las manos cuyos dedos sabían jugar con un
cigarrillo, seduciendo sin ofender.

Caminando descalza por la orilla de la playa
conocida por su infancia, pero ya sin dejar huella,
ella contra el mundo entre lazos de llamas que crecen
voraces, traidoras, fantasmas
en esta noche de brujas y estrellas,
amante profunda con el mejor compañero
al que en su pasado siguió con una entrega sin condiciones
y la hizo fértil en generaciones y besos.

Una mujer que nació para soñar, que le dibujaba caras
a la luna llena, que elevaba su copa vacía
porque sabia de luchas y atacaba sonriendo,
libre hasta para elegir y equivocarse,
libre para escuchar las ofensas y responderlas
con espacios hechos silencios,
sabia reconociendo a los ignorantes
y bondadosa acogiendo a los sensibles.

Desde su jardín lleno de flores pasaron los tiempos
de gloria, pero ella seguía dueña de sus actos,
sencilla pero gran señora que lo era por su cuna
fuera cual fuera luego su hogar, dando una
lección de vida en medio de tanta necedad,
erguida ante la mediocridad de aquellos
que deberían nacer mil veces más, para
vivir solo un año de su vida.

Y valiente como era, afrontó pasiones y amores,
nacimientos y entierros, lujos, sinrazones, envidias, críticas,
y el destierro a una
ciudad que presintió seria su tumba.

Pero guardaba su última carta y como nadie nunca la
vio llorar, nadie tampoco la oyó quejarse
en su agonía y escogió para irse en paz para siempre,
ella, que llevaba tanto tiempo viviendo en la guerra,
la noche de las noches: la noche de Sant Joan.

¡TERESA!