Llega de nuevo Junio vestido de
seda y fuego
que se esparce por entre las
hogueras que queman
deseos y muebles...
Y regresa en el recuerdo una mujer
bella,
a la que los ojos rasgados según
la lluvia o el sol le brillaban
en verde o en azul,
con los labios carnosos que pintaba
siempre
con el carmín más rojo que
encontraba,
profunda la voz, elegantes los
gestos, suave la piel
de las manos cuyos dedos sabían
jugar con un
cigarrillo, seduciendo sin ofender.
Caminando descalza por la orilla de
la playa
conocida por su infancia, pero ya
sin dejar huella,
ella contra el mundo entre lazos de
llamas que crecen
voraces, traidoras, fantasmas
en esta noche de brujas y
estrellas,
amante profunda con el mejor
compañero
al que en su pasado siguió con una
entrega sin condiciones
y la hizo fértil en generaciones y
besos.
Una mujer que nació para soñar,
que le dibujaba caras
a la luna llena, que elevaba su
copa vacía
porque sabia de luchas y atacaba
sonriendo,
libre hasta para elegir y
equivocarse,
libre para escuchar las ofensas y
responderlas
con espacios hechos silencios,
sabia reconociendo a los ignorantes
y bondadosa acogiendo a los
sensibles.
Desde su jardín lleno de flores
pasaron los tiempos
de gloria, pero ella seguía dueña
de sus actos,
sencilla pero gran señora que lo
era por su cuna
fuera cual fuera luego su hogar,
dando una
lección de vida en medio de tanta
necedad,
erguida ante la mediocridad de
aquellos
que deberían nacer mil veces más,
para
vivir solo un año de su vida.
Y valiente como era, afrontó
pasiones y amores,
nacimientos y entierros, lujos,
sinrazones, envidias, críticas,
y el destierro a una
ciudad que presintió seria su
tumba.
Pero guardaba su última carta y
como nadie nunca la
vio llorar, nadie tampoco la oyó
quejarse
en su agonía y escogió para irse
en paz para siempre,
ella, que llevaba tanto tiempo
viviendo en la guerra,
la noche de las noches: la noche de
Sant Joan.
¡TERESA!