La curiosa infancia de Sara descubrió
aquella tarde el joyero de su abuela, que abrió sin su permiso.
Se maravilló al ver esos cristales que
emitían destellos de colores: azules, malvas, rojizos, verdosos…
A Sara le encantaron unos pendientes largos,
los cogió y fue hasta el comedor para probárselos ante el gran espejo.
¡Qué belleza de joya! ¡Y como lucía en
su rostro, enmarcado entre los dos candelabros!... ¡Parecía una princesa! Suspiró
satisfecha y orgullosa. Quedó paralizada. ¡No estaba sola en la estancia!
Alguien había entrado, y la estaba mirando a través del propio espejo… Era una
mujer de rostro serio, enjuto. ¡Y llevaba puestos sus pendientes!
Sara se giró bruscamente. Sentía su
corazón latir con fuerza. Así la sorprendió su abuela, aun asustada.
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Cuarenta años después, Sara acudió a
una prestamista a vender esos pendientes: la persona que la atendió era la
mujer del espejo.
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