Déjale, sentimiento, que escriba su
nombre
y más allá del recuerdo
que lo borre la lluvia,
que lo lleve otro tiempo…
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Abrió lentamente la puerta y empezó a
dolerle
el alma y descubrió que todo estaba
cubierto de polvo de oro,
de finas telas de araña en las
lágrimas
de cristal tallado de las lámparas
suspendidas de los techos.
En aquel silencio de tiempos y seres,
que se
encontraba dormido en las alfombras,
en los peldaños de mármol negro
de la suave escalera, en las cortinas
color vino añejo que abrazaba los
altos
ventanales, y aquel claroscuro.
Y su voz se confundía en un eco
de etapas y estaciones, y así, entre
sombras
que le cedían el paso llegó hasta el
jardín para acariciar aquel árbol
amarillo,
amarillo, rebosante de limones….,
y sus pisadas marcaban lento, hermoso,
un camino de piedras blancas,
confundidas
hojas y raíces, flores y senderos,
hasta
el final, cruzando entre columnas de
piedra y el niño del estanque, de
piedra,
abrazado a su cisne, de piedra.
Luego quiso desandar todo lo andado,
pero supo que su pasado, inmóvil,
le lloraba de añoranza, y escogida la
soledad
ya solo quedaba un espíritu de perdón
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