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martes, 25 de septiembre de 2012

TROZOS.


1ª Tengo todas las palabras
escritas
entre los silencios
que perdí.
Aquel jardín de caminos
de piedras,
con un limonero arrancado de raíz
sin el permiso
de mi infancia.
Me vestiré de
domingo
para pasearme
recia, serena, erguida,
para despedirme
de los balcones cerrados,
de las habitaciones
vacías
y de las
voces que cantaban
mi nombre,
que luego supe era un grito.
Y así pisaré
todas las calles y
todos los mundos,
sin entender despacio
tantas prisas.
Cerebro de cerebros
alguien hará que
vuelva la vista atrás,
y todo va
a teñirse de
azules.
Yo también:
estaré muerta.


2ª Me parece tan pequeño
el espacio
por el cual se arrastran
esas hormigas…
pero no son
hormigas:
son mis pensamientos
que
han trasnochado
y ahora
se empeñan en ir en
bicicleta.
Si me lees
léeme
despacito
para poder creerme;
es tan complicado
o quizás
todo un mundo
ó tal vez
solo
un sueño.
Si me leen
y consigo quedarme
por sentimientos,
por matices,
por letras encadenadas,
prometo respirar
hondo;
tendré el corazón
lleno,
vacías las
manos,
y la gloria escondida,
aquí,
donde los dioses
susurran,
donde
no cantan las
sirenas.
¿Será eso la gloria?
3ª En la primera caja
guarda
todas las bellas
fotografías,
las que inspiran
añoranza,
el dolor de la ausencia,
aquella sonrisa, quizás
hasta el olor
de un momento vivido,
apiladas, frías,
rozándose,
hijas de
todas las generaciones
que fueron y
ya no son.
En la segunda caja
guarda
las piedras
blancas, pulidas, redondas,
ovaladas, partidas,
que las cubrió la tierra,
que cubrieron
a algún pájaro dormido,
que las
roció la lluvia
y fueron recogidas
el último otoño,
mientras se quejaban
entre
hojas secas.
En la tercera caja…
en la tercera intenta retener
sonidos y ruidos,
gritos y carcajadas,
los aplausos, los reproches.
las victorias, los
fracasos,
el chapoteo de la lluvia
en el jardín en verano,
y el sonar de
los tacones de la mujer
valiente
que baja los peldaños
de la escalera
de mármol teñido.
Y si oyes respirar,
no te gires,
solo mira las cajas,
míralas atentamente y
piensa,
piensa donde esconderlas,
que luego
sensaciones,
recuerdos,
músicas y voces,
rostros y manos que acarician
desaparecerán,
y allí,
en medio de la nada
solo quedará
tu hueco, que otro
llenará.
(Tenia siempre miedo
cuando
el silencio indicaba
que no había nadie en el
bello jardín;
y al final del
sendero
estaban inmóviles,
vacías,
tres cajas:
una vida).

                                               4ª  En sueños la dibuja despacio, infeliz,
y luego a pié de la
realidad
la ve, la sigue con la punta
de sus dedos
de mano de piel manchada
de cincuenta años.

Si pudiera explicarle a alguien
la belleza de aquella piedra
durante los
otoños, con aquellas alfombras
de hojas secas
y ya casi a oscuras la
casa de muñecas construida
al final del jardín.

Si pudiera transmitir el tacto
de los largos cortinajes
de terciopelo granate,
que escondían
miserias y
soledades entre joyas
y promesas
sin cumplir.

Y el velo de una novia
bellísima, hada y bruja
de su propia
vida,
y las cunas vacías de llantos
como los
sentimientos,
sin poder volver
atrás, sin poder
detener los pasos
equivocados.

Y sueña al sueño
de la película de fantasmas y
cometas, cristales de colores reflejados
en la dulce pared de jazmín,
tan seco ahora,
y los leones de piedra
ya no echan
agua por su boca,
adiós peces de colores, adiós.



Cuando desea entrar por la puerta
de rejas y
cristal, no la dejan, y ella
espera.

Cuando desea salir de la casa
de silencios
y despedidas,  no puede,
y ella solloza.

Luego pasa un año, otro año,
todo un tiempo
de chocolate amargo y manzanas…
años y lágrimas,
años y culpas,
y un día, nublado el cielo
de aquella Barcelona
de postal,
ve la mesa preparada
para recibir al ausente,
huele alrededor a pieles
queridas.
y al humo de algún
cigarrillo,
y sabe que llegó el momento
de reunirse,
de compartir y volver,
y escucha el surtidor del estanque
hecho de niño y de cisne de piedra,
y los pasos y sus alientos,
y el calor
de sus abrazos.

Por fin ahora hay paz,
no hay paredes, ya no es
ni un sueño;
“acércate” le dicen
las ventanas de cristales
y rostros, “acércate”
le susurran como caracolas
las sábanas blancas
que bailan
en el aire de la azotea,
y ella se acerca,
sabe que ya no está soñando:
y allí se queda,
tan lleno el corazón
que le revienta.


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